miércoles, febrero 01, 2006

ENSEÑAR A PENSAR

Sir Ernest Rutherford, presidente de la Sociedad Real
Británica y Premio Nóbel de Química en 1908, contaba
la siguiente anécdota:
Hace algún tiempo, recibí la llamada de un colega.
Estaba a punto de poner un cero a un estudiante por la
respuesta que había dado en un problema de física,
pese a que éste afirmaba con rotundidad que su
respuesta era absolutamente acertada. Profesos y
estudiante acordaron pedir arbitraje de alguien
imparcial y fui elegido yo.
Leí la pregunta del examen y decía: demuestre como es
posible determinar la altura de un edificio con la
ayuda de un barómetro. El estudiante había respondido:
lleva el barómetro a la azotea del edificio y átale
una cuerda muy larga. Descuélgalo hasta la base del
edificio, marca y mide. La longitud de la cuerda es
igual a la longitud del edificio.
Realmente, el estudiante había planteado un serio
problema con la resolución del ejercicio, porque había
respondido a la pregunta correcta y completamente.
Por otro lado, si se le concedía la máxima puntuación,
podría alterar el promedio de su año de estudios,
obtener una nota más alta y así certificar su alto
nivel en física; pero la respuesta no confirmaba que
el estudiante tuviera ese nivel.
Sugerí que se le diera al alumno otra oportunidad. Le
concedí seis minutos para que me respondiera la misma
pregunta pero esta vez con la advertencia de que en la
respuesta debía demostrar sus conocimientos de física.
Habían pasado cinco minutos y el estudiante no había
escrito nada. Le pregunté si deseaba marcharse, pero
me contestó que tenía muchas respuestas al problema.
Su dificultad era elegir la mejor de todas. Me excusé
por interrumpirle y le rogué que continuara.
En el minuto que le quedaba escribió la siguiente
respuesta: coge el barómetro y lánzalo al suelo desde
la azotea del edificio, calcula el tiempo de caída con
un cronómetro. Después se aplica la fórmula altura=
0,5 x A x t2. Y así obtenemos la altura del edificio.
En este punto le pregunté a mi colega si el estudiante
se podía retirar. Le dio la nota más alta. Tras
abandonar el despacho, me reencontré con el estudiante
y le pedí que me contara sus otras respuestas a la
pregunta.
Bueno, respondió, hay muchas maneras, por ejemplo,
coges el barómetro en un día soleado y mides la altura
del barómetro y la longitud de su sombra. Si medimos a
continuación la longitud de la sombra del edificio y
aplicamos una simple proporción, obtendremos también
la altura del edificio.
Perfecto, le dije, ¿¡y de otra manera?
Sí, contestó, este es un procedimiento muy básico:
para medir un edificio, pero también sirve. En este
método, coges el barómetro y te sitúas en las
escaleras del edificio en la planta baja. Según subes
las escaleras, vas marcando la altura del bar´0metro y
cuentas el numero de marcas hasta la azotea.
Multiplicas al final la altura del barómetro por el
número de marcas que has hecho y ya tienes la altura.
Este es un método muy directo.
Por supuesto, si lo que quiere es un procedimiento más
sofisticado, puede atar el barómetro a una cuerda y
moverlo como si fuera un péndulo. Si calculamos que
cuando el barómetro está a la altura de la azotea la
gravedad es cero y si tenemos en cuenta la medida de
la aceleración de la gravedad al descender el
barómetro en trayectoria circular al pasar por la
perpendicular del edificio, de la diferencia de estos
valores, y aplicando una sencilla fórmula
trigonométrica, podríamos calcular, sin duda, la
altura del edificio. En este mismo estilo de sistema,
atas el barómetro a una cuerda y lo descuelgas desde
la azotea a la calle. Usándolo como un péndulo puedes
calcular la altura midiendo su periodo de precesión.
En fin, concluyó, existen otras muchas maneras.
Probablemente, la mejor sea coger el barómetro y
golpear con él la puerta de la casa del conserje.
Cuando abra, decirle: señor conserje, aquí tengo un
bonito barómetro. Si usted me dice la altura de este
edificio, se lo regalo.
En este momento de la conversación, le pregunté si no
conocía la respuesta convencional al problema (la
diferencia de presión marcada por un barómetro en dos
lugares diferentes nos proporciona la diferencia de
altura entre ambos lugares) evidentemente, dijo que la
conocía, pero que durante sus estudios, sus profesores
habían intentado enseñarle a pensar.
El estudiante se llamaba Niels Bohr, físico danés,
premio Nóbel de Física en 1922, más conocido por ser
el primero en proponer el modelo de átomo con protones
y neutrones y los electrones que lo rodeaban. Fue
fundamentalmente un innovador de la teoría cuántica.
Al margen del personaje, lo divertido y curioso de la
anécdota, lo esencial de esta historia es que ¡LE
HABÍAN ENSEÑADO A PENSAR!.


Anabella Macario

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